Me desperté por el ruido de la
lluvia. Mirando el nublado cielo, no sabía por qué, las ideas de la limitación
de la vida y la inevitable muerte me pusieron en silencio. La ayuda de tequila
me quitó esa molestia y de repente me acordé del maravilloso viaje a
Huaquechula en 1 de noviembre, el Día de los Muertos.
Las recomendaciones cariñosas
del maestro y nuestros compañeros me dieron mucha euforia de ir a este pueblo
visitando los altares y las ofrendas de muertos. Tras un viaje de 2 horas en
que pasaban rápido fuera de las ventanas del camión tierras de maíz colocadas
hasta las montañas lejanas, se veía un arco de flores amarillas que decía: Bienvenidos
a Huaquechula. De verdad que cuando oí este nombre la primera vez, me sentía
algo chistoso porque resultaba muy parecido a “¡way, qué chula!” hasta que me
dijo un anciano que eso era de nahuatl y que tampoco sabía qué significaba este
nombre incluído él, que tenía setenta años de edad.
Bajo el brillante sol, había
gran animación en el zócalo de Huaquechula con un montón de puestos de comida e
incalculables visitantes. En el portal se ofrecían los mapas en que subrayaban
aproximadamente veinte cruces chiquitas. Al principio creía que las cruces
significaban conventos, (que era normal en mi opinión), hasta que descubrí que
cada convento poseía un nombre sumamente normal y no tenía nada que ver con los
santos (que no era lógico, digo yo). Entonces, me di cuenta de que estas cruces
indicaban la ubicación de las ofrendas.
Durante el 1 y 2 de noviembre
quienes perdieron a familiares durante el último año montan grandes ofrendas
para recibir a sus muertos, es cierto que en casi todas las casas esperan a los
fieles difuntos, pero son sólo las Ofrendas Monumentales las que pueden ser
visitadas por los turistas. En el año 2013, en Huaquechula había más o menos
veinte defunciones entonces el mismo número de ofrendas se levantaron.
Llevando el mapa en la mano,
paseando por las calles, (leer mapa no era mi especialidad), se veía que al
frente de cada puerta se colocó una ruta curva de cempasúchil, flor de muertos,
que medía tres o cinco metros, valiéndose de la cual, las almas de los queridos
podían volver a casa tranquilas. Con un montón de gente reunida a la puerta de
una casa, estaba muy segura que ya llegué a una ofrenda. Sin duda, entré
contemplando el altar blanco que consistía en tres niveles en que se pusieron
comida, flores, veladoras y, en el centro, una foto del difunto mostrada a
través de un espejo que, como dijo un guía, significaba la purificación. El
dueño era un abuelito. Me hablaba con mucho cariño mientras preguntándome de
dónde vine. Le contesté que vine de China y que me impresionó la tradición y la
belleza de este pueblo maravilloso. -¡Bienvenido a Huaquechula, joven!- invitándome
al patio diciéndome eso.
Unos pasos más al interior, en
el patio, los visitantes estaban sentados disfrutando la comida en unas mesas
largas. Tortillas, mole, arroz, agua de jamaica resultaron una ofrenda
plenamente rica y tradicional. Cabe mencionar que la comida era ofrecida completamente
gratis. Así, después de visitar tres ofrendas ya no quería andar más no porque
estuviera cansado sino porque estaba satisfecho y llenísimo por la comida, al
mismo tiempo por la tradición espléndida.
Al regresar pasé por Atlixco.
Comparándose con la animación en el zócalo, prefería subir por la escalera
ancha y sentarme frente al reloj de flor. Atardecía mientras aparecían unas
estrellas en el crepúsculo. Unas parejas pasaban besando por la penumbra bajo
unas luces amarillas.
-La única cosa que puede vencer
la muerte será el amor. Con la ayuda del amor, las almas de nuestros
antepasados pueden volver a casa. Gracias al amor, nos reunimos juntos y
andamos hacia la eternidad.- pensé yo.
YAN YAN
Universidad de Shandong